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Apostillas y notas del autor

Las ciudades atlantes de la novela

Varias son las poblaciones que se mencionan en el texto de esta obra, pero sólo en algunas de ellas la narración se detiene para hacer una descripción de su apariencia e infraestructura. Sin duda, sería más fácil imaginarlas si las comparamos con sitios que existen en la actualidad y que podrían haberlas inspirado. Así es como la mente del viajero aprovecha la bondad y la belleza de lo que ha visto para concebir otros lugares.

Thool (primera aparición en la página 30) es la primera que se cita, como capital de Aztlan. En ella desemboca un caudaloso río llamado Tsela que la convierte en la ciudad de los canales y, a pesar del triple cinturón amurallado que protege la boca que da entrada y salida al mar, recuerda mucho a la antigua Amsterdam, donde las vías acuáticas eran tan importantes como las terrestres y aún hoy los canales forman anillos concéntricos.

Durante su incursión por Thool, Weni Imhotep frecuentó su Plaza Mayor. Un fragmento de la "Ley de los Dioses" que aparecía inscrita en el monolito de la plaza en un idioma que Weni no sabía leer (página 57) es la extraña profecía que inicia el libro (página 5).

Thool-obe-Gara (página 38) es la otra localidad importante en la que también se drenaron sectores inundables, se canalizaron las aguas y se construyeron conductos que captaban el agua pluvial. Bien podría evocar a una ciudad más acogedora y entrañable como Utrecht, pero sustituyendo su afamada Universidad por la austera Academia.

Lhamo (página 74) es la siguiente en la lista, un poblado construido con materiales volcánicos, entre llanuras de toba y sedimentos de lava endurecida, con grutas excavadas en la blanda roca y llamativas formaciones semejantes a las esbeltas Chimeneas de la Capadocia turca o a los robustos tormos de la Ciudad Encantada de Cuenca. El Nido del Caracol puede recordar a los espectaculares pináculos de roca (Meteoras), que se yerguen en la llanura griega de Tesalia sosteniendo los cimientos de sendos monasterios. Se trata de una veintena de torres rocosas sobre las que un grupo de anacoretas construyó en el siglo XI sus conventos, la mayor parte hoy en ruinas.

Aa (página 86) es la semilla primigenia, donde todo comenzó según cuenta la historia atlante. Pero resta decir poco más, pues se ha convertido en una aldea al borde del río Tsela que conserva el aspecto de antaño, como muchos viejos pueblos en el mundo.

En medio de la selva de Lea Aztli (Tierra Inhóspita), al norte de esta isla, queda Hooloke (página 133), cuyas ruinas devoró el bosque y la vegetación de Kitce, al igual que sucedió con los restos arquitectónicos mayas en Centroamérica.

Coatzoon se nombra varias veces, aunque no llega a describirse cómo es. Su nombre se utiliza para encubrir la historia que hay detrás, pues sus habitantes, exiliados por el cataclismo que azotó Aztlan, serían después aquellos que denominamos olmecas, cuyo pasado enigmático la ciencia desconoce aún hoy en día.

La potente luz de Cozatl-ik-Kala (páginas 119 y 219) es un homenaje al maravilloso Faro de Alejandría, aunque no alcance su magnificencia y la orientación geográfica sea la opuesta.

Por último, Totlan (página 197) es la ciudad fortificada que deslumbra junto a la costa, bañada por el mar como ocurre con la anciana Tulum maya en el litoral caribeño de Yucatán. Y su trazado de avenidas paralelas barridas por los vientos nos hace pensar en La Valletta, la capital maltesa. Su nombre recuerda a Tula, la capital de los toltecas, en México, que podían haber fundado los descendientes de quienes residían en Totlan.

Todo esto tan sólo conforma una parte de Aztlan. Se trata quizás de los lugares de mayor esplendor, pero no los únicos que tienen algo que enseñar en el archipiélago.

En cuanto al nombre elegido para Atlántida en la novela, se optó por el del lugar mítico donde se habían asentado los aztecas antes iniciar su larga peregrinación, Aztlan, que en náhuatl significa "Tierra Blanca" (a veces se ha traducido también, tal vez erróneamente, como “el país de las garzas”) y que cobraba más sentido en la narración al hablar también de Kemet, la "Tierra Negra". Aunque la palabra atl significa "agua" en náhuatl y muchos la relacionan con vocablos como Atlántico, descarté este origen etimológico pues me pareció más probable que nombres como Atlántico procedieran del árabe, concretamente de al-Bahr al-Atlasi, el "Mar de las Montañas Atlas".

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